02.05.2018

El reconocimiento del saber y la experiencia para favorecer un envejecimiento satisfactorio

Son muchos los debates que se hacen, desde diferentes disciplinas (salud, economía, política …) y diferentes puntos de vista (economía, ocio …), con relación al colectivo de personas de entre 65 y 100 años a partir del momento en que se deja la vida laboral «activa», porque es un colectivo que crece estadísticamente y, sobre todo, porque tiene una gran variedad de perfiles, necesidades e intereses.

Uno de los focos de los debates se centra en el cambio de denominación -aunque se habla de la «tercera edad» (Losada, 2004) -: hay que hacer propuestas a fin de encontrar una forma de referirse a ella que sea más adecuado , satisfactoria y aceptable. Hay que tener presente que el lenguaje tiene una influencia muy clara en la forma en que se ve el mundo y, por tanto, es necesario que responda a la realidad para evitar que se perpetúe esta imagen anacrónica (Guérin, 2007) llena de estereotipos y discriminaciones forjadas socialmente de forma casi inconsciente -el llamado «edadismo» (Moreno, 2010) -, que incide en la autoimagen y la imagen colectiva.

La nueva manera de ver esta generación tiene que cambiar la visión sesgada, más propia de hace unos cincuenta años, que no responde a la realidad actual, con una gran diversidad de perfiles de las personas que viven esta etapa más larga, con más calidad de vida y con unas necesidades diferenciadas. También hay que evitar las distorsiones en la comunicación, en el trato, así como la desvalorización, y hacer hincapié en las capacidades y los deseos, de manera que pueda ser más satisfactorio para la totalidad de la población (Gil Calvo, 2003) . Así se podría evitar que la edad fuera el tercer factor de discriminación tras el género y las minusvalías. Lógicamente, las mujeres de esta generación sufren, al menos, dos de estas formas discriminatorias, lo que hace mucho más difícil que puedan vivir satisfactoriamente esta etapa de la vida.

En este debate hay otro tema: la consideración de ser un colectivo que quiere mantener la imagen idílica de eterna juventud y capacidades y de disimulo de la edad, como también la de ser un grupo consumidor de ocio , cultura y tecnología. El hecho de disponer de tiempo y poder adquisitivo despierta el interés de diferentes sectores económicos. No es un tema menor, pero, precisamente por su trayectoria profesional y vital, es necesario que esta revisión incluya otros intereses y oportunidades que deben favorecer el cambio de percepción, tanto social como personal, y evitar muchas de las repercusiones y de las actitudes que se dan.

Sólo si el cambio de visión es más amplio se podrá evitar la pérdida de identidad que se da al pasar de ser una persona con una cualificación profesional a una persona jubilada: «Ya no eres …, ahora ya te has jubilado», y perder el reconocimiento de la red identitaria de recorrido más largo tras la familiar (Paugman, 2011).

¿Qué sentido tiene esta pérdida de la identidad que se ha construido a lo largo de muchos años de formación y de profesión en unos contextos en los que se han creado muchas interacciones durante mucho tiempo? Es durante la vida profesional cuando se han establecido vínculos que, presencial o simbólicamente, continúan actuando como factor de inclusión y como marco donde se puede recibir el reconocimiento de los saberes y las experiencias que dan identidad y donde, de una manera natural, deben mantenerse (Comellas, 2015) y no desaparecer, si no es por voluntad propia.

En este contexto de pertenencia hay que aprovechar el capital cultural de una generación cada vez más formada y competente. Esto es posible si se potencian las relaciones entre generaciones para favorecer una mayor cohesión social, lo que repercutirá en el bienestar de todos si se consigue un lugar satisfactorio para participar en la construcción de conocimiento. Así pues, el punto central sería mantener la identidad personal y evitar la mirada discriminatoria o monolítica sólo en clave de edad cronológica y no de experiencia, tal como muestran las encuestas (Caradec, 2001; Guérin, 2012).

Hay un abanico muy amplio de oportunidades que no comportan la desvalorización y que, sobre todo, permiten hacer visibles los conocimientos adquiridos, y profundizar, sin ignorar los intereses propios, las inquietudes, los deseos y las necesidades de salud, cultura y socialización. Esta valoración, además de dar satisfacción personal, permite abrir otras oportunidades distintas de las que, en estos momentos, sugiere la sociedad respecto a cómo ocupar el tiempo apoyando familiar, siendo un comodín de voluntariado o resolviendo necesidades de los demás.

Hay que hacer visibles las posibilidades de participación de manera que se fortalezca la vinculación con el mundo en espacios de respeto, de reconocimiento de los saberes, base de la propia identidad personal, con oportunidades de participar en las redes del contexto. De esta manera es posible construir la colaboración con las generaciones intermedias y las generaciones jóvenes para ofrecerles los conocimientos y los saberes que se han adquirido con la experiencia a lo largo de la vida profesional y personal, en instituciones o en la sociedad.

Esta implicación estimula la motivación, permite incrementar y mejorar los conocimientos propios, favorece la actividad y incide en el mandato social de «aprender a lo largo de la vida» y de tener un «envejecimiento activo», no sólo porque se hacen caminatas o excursiones, sino porque hay lugares donde ir y poder participar, y ampliar, actualizar y enriquecer el bagaje personal (Comellas, 2,017).

Esta reflexión también debe incidir en el cambio de actitudes y de prácticas de los profesionales que gestionan los diversos servicios que se ofrecen a esta generación sin considerar la heterogeneidad personal, psicológica y física, social y cultural. Se podrán evitar tratos discriminatorios que, con un lenguaje que refuerza la imagen de indefensión, consolidan la idea de fragilidad y de colectivo infantilizado – «al final de la vida somos como niños» – y repercuten en la autoimagen personal y col · lectiva de un colectivo que es visto más como un sector consumidor de servicios o centros asistenciales que como personas con oportunidades y ganas de tener actividad en el mundo.

Tener una visión más apropiada permite reconocer las oportunidades que tiene esta generación para distribuir su tiempo de forma satisfactoria (Moreno, 2010), sin mensajes «de obligado cumplimiento» que dan lugar a sentimientos de culpa si no se responde positivamente, porque «es lo que lógicamente hay que hacer», y que pueden condicionar las decisiones personales. Únicamente así la sociedad dará una respuesta más apropiada a esta generación para conseguir un envejecimiento satisfactorio con múltiples posibilidades, con calidad de vida y, sobre todo, con el reconocimiento que merece (Bayes, 2012). El colectivo senior no es un comodín de las necesidades de su entorno.

aunque se habla de la «tercera edad», hay que hacer propuestas a fin de encontrar una forma de referirse a ella que sea más adecuado

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En este contexto de pertenencia hay que aprovechar el capital cultural de una generación cada vez más formada y competente

 

 

 

 

 

 

 

Tener una visión más apropiada permite reconocer las oportunidades que tiene esta generación para distribuir su tiempo de forma satisfactoria