26.08.2019

La felicidad en la tercera edad

Como la nuestra es una sociedad que niega el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, y los teme como jinetes del Apocalipsis a los que hay que vencer, plantear la cuestión de la felicidad a la tercera edad podría parecer inoportuno. ¡La felicidad es plenitud y, por tanto, propia del divino tesoro de la juventud! Nadie quiere ser viejo, a pesar que todo el mundo desee llegar a la vejez.

Cada vez más, en países desarrollados como el nuestro, parece ser que la felicidad se está poniendo tan complicada que ni los jóvenes lo son. Lo que queremos defender es que, como propusieron hace muchos siglos, entre otros, Epicuro y Aristóteles, siempre que hay vida, hay tiempo para la buena vida; y que en la tercera edad hay una serie de peculiaridades que hacen especialmente oportuna la pregunta por la felicidad.

¿Es posible ser feliz cuando eres mayor?

La conciencia de que la vida se acaba, permite hacer un balance. Por un lado, se dispone de más autoconocimiento, se ha tenido un tiempo para conocerse a uno mismo y, por tanto, a la hora de tomar decisiones, ya se sabe lo que uno más quiere. Por otro lado, también sabemos que bien está lo que bien acaba. Si la vida no ha sido lo que queríamos, que lo sea ahora, lo que queda. Y si sí lo ha sido, celebrémoslo rememorándolo. En la tercera edad se dispone de una historia personal, de un pasado que nadie te puede arrebatar. Incluso cuando es la memoria lo que falla, existe la posibilidad de explorar la memoria de la carne, del cuerpo, de los sentidos. Contemplar la belleza sigue siendo un misterio y un privilegio humano.

También hay en la tercera edad una mayor conciencia del presente. Carl Honoré, un periodista canadiense, escribió en 2004 un elogio de la lentitud, las personas mayores son más lentas, aprovechémoslo para la contemplación y no para la nostalgia patológica del «ya no». Esto que el mindfulness se esfuerza por poner de relieve entre los jóvenes, tan concentrados en el trabajo, en la producción y reproducción, desconcentrándose de lo esencial, es más fácil en la tercera edad. Saber que el futuro se va borrando, porque el horizonte está más cerca, hace que se valore más el momento. El concentrarse en el cuerpo, en la conciencia del no dolor, o de su disminución cuando aminora gracias al analgésico o de otros tratamientos de los que hoy podemos disponer más fácilmente, facilita el acceso a lo que Epicuro denominaba «ataraxia «una especie de felicidad por serenidad.

Saber estar en la vejez

No se está esperando infructuosamente que llegue algo, ahora no se espera, ahora se está y se acepta el paso del tiempo por el cuerpo. Hay tiempo de contemplación. La felicidad desesperadamente de A. Cuenta Sponville, hace referencia a esta idea de resistir y no esperar milagros, como no enfermar, ni envejecer, ni sufrir, ni morir. Reconciliarse con la condición humana, y vivir bien hasta el final y el final, requiere de una filosofía de vida. Querer saber, querer hacer, querer vivir es una cuestión de voluntad, de deseo, sobre todo, de alegría y de compañía.

Hay que prepararse para saber estar en la vejez. Hace falta actitud filosófica y ambiente. Epicuro (que era enfermo crónico) y Aristóteles (hijo de médico) sabían de la importancia de la comunidad y del ambiente agradable para que la vejez sea placentera. No basta con no encontrarse mal por enfermedad, sino de no encontrarse solo ni abandonado, ni sentirse un estorbo, por eso cultivar la amistad es la mejor inversión que uno puede hacer en vida. La amistad es una pseudo-virtud, virtud, porque requiere de disciplina, de constancia y perseverancia; y «pseudo» porque no cuesta tanto. El placer compartido se maximiza. Y el placer es satisfacción de deseo, es decir, tener ganas de vivir y convivir.

Se trata, en resumidas cuentas, de aceptar que la nuestra es una condición dada, que no todo depende de nosotros. La enfermedad, el envejecimiento no dependen de nosotros, pero como nos lo tomamos sí. Se aprende todo: tendremos que aprender a aceptar que somos cuerpo, que la vida es finita y que, sin embargo, es la única oportunidad sobre la Tierra. Hacer que valga la pena, por ser un producto exclusivo, nunca hecho del todo a medida, requiere que uno se lo vaya ajustando. La adecuación de la voluntad en el mundo es otra de las claves (esta estoica) de la felicidad. Y estar agradecido por la oportunidad larga es la sabiduría que únicamente la vejez puede proporcionar.

 

Dra. Begoña Román, profesora en la Facultad de Filosofía (Universidad de Barcelona) y Presidenta del Comité de Ética de los Servicios Sociales de Cataluña.

 

 

 

Si la vida no ha sido lo que queríamos, que lo sea ahora, lo que queda. Y si sí lo ha sido, celebrémoslo rememorándolo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Reconciliarse con la condición humana, y vivir bien hasta el final y el final, requiere de una filosofía de vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La enfermedad, el envejecimiento no dependen de nosotros, pero como nos lo tomamos sí.