03.03.2020

¿QUÉ ES UNA RESIDENCIA PARA PERSONAS MAYORES? ROMPIENDO EL MITO DE LOS ASILOS

A menudo, cuando pensamos en residencias, nos vienen a la mente imágenes del pasado. Nuestros mayores las conocieron como asilos, cuando el modelo desde el que se atendían sus cuidados era meramente el del biologicista (concepción evolucionista y mecánica basada en la supresión del síntoma sin tener en cuenta la influencia del entorno social).

La fama que se instauró en este país sobre aquellos lugares fue la de una especie de “estacionamiento” para personas mayores. Lamentablemente es un concepto que aún hoy seguimos escuchando y que condiciona mucho el modo en que las personas afrontamos el momento de tener que tomar una decisión sobre cuál es la mejor opción para el cuidado de nuestros familiares cuando la edad y la enfermedad dificultan que puedan seguir viviendo solos.

 

Primeras impresiones al visitar nuestras residencias

Que las familias y los futuros residentes se sorprendan al entrar por primera vez en la residencia por la luminosidad de los espacios, las actividades que hacemos y lo atento que es el personal, nos indica que el concepto que aún se tiene acerca de los servicios de residencia para personas mayores está obsoleto. También denota que al sector aún le queda mucho trabajo por delante para demostrar a la sociedad el cambio de paradigma que se ha realizado durante las últimas décadas respecto a los modelos de vivienda asistida o no para personas mayores.

 

Concepto actual de residencia para personas mayores

Hoy entendemos las residencias como una extensión de la unidad familiar intentando poner el foco, ya no sólo en el aspecto médico de la enfermedad sino en el individuo de forma integral.

Hemos pasado de un vivir a un bienvivir porque hoy entendemos que no se trata del tiempo que vivamos, sino de buscar la mayor calidad posible al tiempo que nos quede. Es por eso por lo que ya no entendemos el ingreso en un centro como entrar en la etapa final de la vida, no es un lugar al que se va a morir, es un lugar al que se va a aprender a vivir de nuevo.

Muchos de nuestros residentes llegan al centro habiendo sufrido pérdidas, ya sea la de un ser querido, de capacidades físicas o mentales lo que, a menudo, les suma en un estado de apatía generalizada. En nuestro afán de conocer a la persona, y no solo su patología, siempre preguntamos cuáles son sus actividades previas al ingreso ya que es algo que queremos mantener y potenciar y, en la mayoría de los casos, la respuesta irrevocablemente es: desde hace tiempo, se pasa el día viendo la televisión.

Dicha apatía, ese aislamiento autoimpuesto debido a la sensación de incapacidad que la perdida nos provoca, resulta en un aceleramiento de las demencias y de otros trastornos psicológicos como la depresión y la ansiedad.

 

¿Por qué vivir en una residencia?

En el centro, nuestra función, más allá de la obviedad de asegurarnos que están bien atendidos, consiste en hacerles comprender que la vida no se ha terminado aún, que aún hay motivos por los que seguir viviendo y que la “incapacidad” que muchos sienten no es más que una dañina ilusión. Nuestros mayores aún tienen mucho que enseñarnos, mucho que aportar a la familia y a la sociedad en general, pero a veces parece que se nos olvida.

De vez en cuando, leemos acerca de una persona de 80 años que aún va a concursos de baile de salón, o que está estudiando una carrera universitaria y nos asombramos y admiramos. Y bien que hacemos. Lo vemos como una proeza, una anomalía, cuando debería ser lo normal. Tal vez los achaques ya no nos permitan menear el esqueleto como una bailarina, pero aún hay muchísimas cosas que como seres humanos podemos hacer y, si dejamos que la enfermedad nos diga cómo vivir o quiénes somos, entonces estamos renunciando a la vida y quedamos esperando en un sofá a que finalice todo.  

Hoy día, en las residencias creemos que la vida no se termina el día que cumplimos los ochenta, ni el día que el médico nos informa de que padecemos Alzheimer, ni el día que dejamos de poder ponernos en pie.  La vida cambia, claro que sí, pero sigue siendo vida mientras nos aferremos a ella con fuerza.

Eso es lo que ofrecen las residencias modernas, la posibilidad de abrir una nueva ventana que permita ver al residente y a sus familiares que la vida continua, que los cambios son inevitables y que hay que aprender a convivir con ellos.

Desde la residencia se fomenta la realización de todo tipo de actividades, físicas, mentales y sociales. Tres de las grandes áreas que, juntas, condicionan la felicidad del ser humano. Y nos orgullecemos de poder decir que vemos como se forjan nuevas amistades entre los residentes, como surge el amor, como se discuten y como hacen las paces. Vemos cómo ríen y lloran. Vemos como alcanzan nuevos logros y la frustración que genera cuando creen que no podrán alcanzarlos.

En definitiva, al igual que nos ocurre a todos; viven y tenemos el honor de que nos hagan participes de todo ello, tenemos el honor de poder ver cómo viven de la forma más plena de la que son capaces, superando limitaciones, impuestas por la enfermedad a veces, autoimpuestas otras.

Porque venir a vivir a una residencia, no es el final, es un nuevo comienzo.

 

Josep Parera, psicólogo en Masies de Mollet

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hoy entendemos las residencias como una extensión de la unidad familiar intentando poner el foco, ya no sólo en el aspecto médico de la enfermedad sino en el individuo de forma integral.

 

 

 

 

 

 

 

 

El concepto que aún se tiene acerca de los servicios de residencia para personas mayores está obsoleto.

 

 

 

 

 

 

 

 

Hemos pasado de un vivir a un bienvivir porque hoy entendemos que no se trata del tiempo que vivamos, sino de buscar la mayor calidad posible al tiempo que nos quede.

 

 

 

 

 

 

 

 

La vida no se termina el día que cumplimos los ochenta, ni el día que el médico nos informa de que padecemos Alzheimer, ni el día que dejamos de poder ponernos en pie.  La vida cambia, claro que sí, pero sigue siendo vida mientras nos aferremos a ella con fuerza.