17.03.2020

RELACIONES PARENTALES Y ENVEJECIMIENTO

Desde el ámbito de la gerontología hoy nos encontramos en pleno paradigma de la Atención Centrada en la Persona (ACP) distanciado del sistema asistencial y de beneficencia de las últimas décadas.

Con ello, hemos logrado situar a la persona en lo más alto de la cúspide, intentando equilibrar las limitaciones del sistema con el bienestar de la persona y, de esta forma, conocer a la persona mayor más allá del historial clínico. En definitiva, conocer su proyecto e historia de vida, gustos, aficiones y familia.

Con toda esta información de ámbito social de la persona mayor junta la información sanitaria promovemos un envejecimiento activo y/o saludable en el aspecto biológico, social y psicológico.

Puede parecer un modelo de atención ambicioso, pero en realidad se trata de un cambio de perspectiva ya que lo que conocemos como vejez, además de ser una consecuencia de un proceso biológico y social, es sobre todo una construcción social.

 

ESTIGMAS DE LA VEJEZ Y LAS RELACIONES PARENTALES

A nivel sociológico queda mucho por recorrer, la construcción social sobre la etapa de la vejez sigue malinterpretando el hecho de hacerse mayor a través de prejuicios, estereotipos y estigmas que el concepto edadismo recoge como la discriminación por edad. Según Robert N. Butler [1] hay tres aspectos que constituyen esta problemática: las actitudes prejudiciales, las prácticas discriminatorias y los procesos y políticas institucionales que perpetúan el concepto peyorativo de las personas mayores, la vejez y el envejecimiento.

Carme Triadó y Feliciano Villar [2] en el libro “Envejecer en positivo” hablan de las relaciones entre padres y madres mayores respecto a sus hijos y hacen hincapié en que los conceptos que acompañan estas relaciones suelen ser poco optimistas. Se suele hablar que los hijos se desentienden de sus mayores, que el contacto entre ambos va a la baja con el paso del tiempo, que el lazo emocional se va rompiendo y que los roles van invirtiéndose. Generalizar con estos términos es situarse en un extremo, hay numerosos matices que pueden argumentar una pérdida sustancial o un cambio, pero no podemos decir que ocurre en todos los casos.

La responsabilidad filial es una forma de reprocidad retardada en el ciclo vital familiar en el que los hijos pasan a cuidar a sus padres y que en algunos casos llevan a conductas de sobreprotección. Estas pueden acabar en dependencia absoluta porque no exponer a nuestros familiares a ciertos riesgos, acciones, decisiones y/o ambientes anula su autonomía. Todavía es más complicado cuando en avanzada edad le sumamos ciertas patologías y diagnósticos de demencia.

 

PERSPECTIVA VITAL DE LA VEJEZ

El ritmo de nuestra sociedad hace que el cuidado a nuestros mayores acabe convirtiéndose en una inversión de tiempo y dinero, pero más allá del coste de la vejez existe el coste personal de la propia persona que envejece. La pérdida de movilidad, de autonomía, la pérdida emocional por los seres queridos que ya no están, el no poder ser útil a nivel laboral o doméstico son una serie de miedos que van apareciendo. La protección filial ante estos miedos se puede acabar convirtiendo en un: “no hagas”, “no comas esto”, “tienes que salir a pasear”, “dúchate ahora”, “no duermas tanto”, “tenemos que vender tu piso”, “ahora ya no puedes”, entre otros.

Para que la vida adquiera pleno sentido no podemos obviar la última etapa de la vida, la vejez. Esta última etapa no puede depender íntegramente de otras personas, instituciones o familiares. Nuestros mayores necesitan darle su propio sentido a cada detalle de todos los días de su vida, tanto si necesitan cuidados como si no. Estar al cuidado de alguien implica saber de él/ella, para eso no únicamente nos centraremos en sus necesidades sino también en sus preferencias, en hacerlos partícipes de sus decisiones, garantizar su autonomía, no aislarlo de sus círculos sociales y familiares y darles un trato digno. En definitiva,  que tengan un envejecimiento activo y/o saludable dándole importancia a su cotidianidad. Porque no todos los mayores son dependientes y aún con cierto grado de dependencia, siguen teniendo derecho a tomar sus propias decisiones.

 

ROLES INVERTIDOS

Existen también falsos mitos alrededor de la vejez, como el que cree que el mayor dependiente convierte a los hijos en los padres de sus padres. Debemos tener cuidado al hablar de la inversión de roles y no crear confusión con la parentalidad de ambas generaciones. Es cierto que a ciertas edades y condiciones los hijos/as se convierten en cuidadores principales de sus padres y madres, pero eso no quiere decir que esta nueva disposición sea de carácter paternal o maternal. Seguirán siendo entonces madres y padres con avanzada edad y con algún tipo de dependencia.

Otro mito a desmentir es el que afirma que la institucionalización de nuestros mayores es el abandono de estos. Las organizaciones familiares son complicadas y en nuestra sociedad compaginarlas con el cuidado de nuestros mayores implica costes no solo a nivel económico. Hay que entender que cada una de estas organizaciones familiares es diferente a otras y no debe haber ninguna obligación moral, emocional y económica para asistirlos en casa. Son muchos los cuidados que se necesitan y los centros están equipados y preparados para atender todas las necesidades sin prescindir del acompañamiento familiar. Los centros pueden evitar un desgaste familiar y situaciones insostenibles en los núcleos familiares para la asistencia óptima de sus familiares.

 

ANTES DE CUIDAR HAY QUE CUIDARSE

Para finalizar, deberíamos tener en cuenta ciertas recomendaciones cuando tenemos a un mayor dependiente a nuestro cuidado, porque no solo hemos de tenerlos en cuenta a ellos sino también a nosotros mismos. Iniciar un proceso de duelo para aceptar y reconocer lo que ya se ha perdido permite adaptarse a la nueva situación sin caer en el sobreesfuerzo para recuperar aquello que ya no está. Es fundamental también saber cuidarse para cuidar, el familiar o persona cuidadora debe estar en buenas condiciones para ejercer un buen cuidado, pensemos que los vulnerables están a nuestro cuidado y no podemos trasladar nuestro desgaste a sus atenciones.

Es importante hacer visibles a la personas mayores y profundizar más sobre esta etapa tan estigmatizada y a la vez desconocida, la vejez.

 

Sandra Carrizo, educadora social en Blau Almeda

 

[1] Butler, N. (1980) Ageism: A Foreword. Journal of Social Issues. 36(2)

[2] Triadó, Carme y Villar, Feliciano (2008) Envejecer en positivo. Ed Aresta.

 

 

 

 

 

La etapa de la vejez sigue malinterpretando el hecho de hacerse mayor a través de prejuicios, estereotipos y estigmas que el concepto edadismo recoge como la discriminación por edad.

 

 

 

 

 

 

 

 

Una conducta sobreprotectora puede acabar en dependencia absoluta porque no exponer a nuestros familiares a ciertos riesgos, acciones, decisiones y/o ambientes anula su autonomía.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Estar al cuidado de alguien implica saber de él/ella, para eso no únicamente nos centraremos en sus necesidades sino también en sus preferencias, en hacerlos partícipes de sus decisiones, garantizar su autonomía, no aislarlo de sus círculos sociales y familiares y darles un trato digno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Debemos tener cuidado al hablar de la inversión de roles y no crear confusión con la parentalidad de ambas generaciones.

 

 

 

 

 

 

 

Es fundamental también saber cuidarse para cuidar, el familiar o persona cuidadora debe estar en buenas condiciones para ejercer un buen cuidado, pensemos que los vulnerables están a nuestro cuidado y no podemos trasladar nuestro desgaste a sus atenciones.