Sé que estás agotado/a, enfadado/a, ansioso/a, rabioso/a. Te preguntas hasta cuándo va a durar esto. ¿Por qué, cuando parece que avanzamos un poco hacia la normalidad, todo parece que vuelva a empezar?
Esperas el fin de la pandemia con anhelo mientras, por otra parte, una vocecita te dice que nunca terminará. Es la voz que te dice “Te lo dije” cuando nos sobreviene una nueva ola.
Sé lo que sientes porque es lo mismo que siento yo, lo mismo que sienten mis compañeros de trabajo en el sector sanitario, lo mismo que sienten nuestros residentes y el resto de las familias.
Sabíamos que superar esta pandemia iba a ser una carrera de fondo y no un esprint, pero dudo que nadie estuviese realmente preparado para ello. Llevamos dos años malviviendo con el Covid y, si bien es cierto que para la población general las medidas se han ido normalizando en mayor o menor medida, el entorno sanitario y, especialmente el entorno residencial, sigue viviendo bajo la amenaza constante de un virus que nos ha obligado a cambiar nuestro día a día por completo.
No sé cuánto tiempo más estaremos así o cuántas olas nos quedan por surfear, pero sí sé que no podemos desfallecer.
Veo la sala de mi residencia desde donde escribo estas palabras y ¿sabes qué veo? Veo una sala llena de grandes personas, una sala llena de sonrisas, de ayuda mutua. Cuando todo esto empezó éramos nosotros quienes les ofrecíamos consuelo a ellos, hoy son ellos quienes me lo ofrecen a mí. Ven las ojeras bajo mis ojos y una de ellas me brinda un caramelo de café y una sonrisa. Me pregunta por mi hija y me explica que hoy ha visto a su nieta por videollamada y le ha dicho que le han puesto un 9 en un trabajo del cole en el que hablaba de su abuela. Nos reímos los dos cuando le contesto que: Cómo no, si tiene una abuela extraordinaria. ¡¿Qué menos!?
Ese momento me da energías para afrontar la jornada y brindarles mi mejor cara.
“Todo pasa” me dice otra. “También creímos que la guerra no acabaría y mira” se encoge de hombros con resignación, pero no una resignación derrotista sino con la actitud de quien acepta que hay cosas que son como son, que nos han tocado y sobre las que no tenemos control. Lo único que podemos hacer es llevarlo lo mejor posible mientras dure y, sobre todo, (y aquí está el truco según ella) no dejar que estas circunstancias nos conviertan en alguien que no somos.
A su lado, otra señora me pide a gritos una copla (que se la ponga en la TV, no que se la cante. Las residentes ya saben cómo canto y ninguna quiere repetir esa experiencia) le respondo que más tarde le pongo las que quiera, que ahora tenemos el taller de prensa-
“Uy, esos pobres de Ucrania sí que están mal” – sentencia y pienso para mí que tiene razón.
Tal vez sintamos que estamos en un bucle que nunca termina, pero hoy me han enseñado que todo pasa, que tenemos que centrarnos en las pequeñas alegrías diarias más que nunca y que siempre, siempre, podemos estar peor.
Hoy me han recordado que tal vez no pueda controlar lo que ocurre a mi alrededor, pero sí puedo controlar lo que ocurre en mi interior.
Y, sobre todo, pase lo que pase, tarde lo que tarde el Covid en ser algo residual en nuestra vida, no puedo permitir que un virus determine quién soy o quién aspiro a ser.
Así que doy gracias a mis abuelos, a todos ellos y, como hemos dicho a menudo:
“Estamos juntos en esto”
Josep Parera
Psicólogo en Masies de Mollet